12.11.13

sueño nueve mil

Cuando un poeta se va, el resto de los poetas decreta una semana de luto.
Prohíben la pornografía y las charlas objetivas. Se bebe y se brinda como a través de un prisma de coloquios.
Los amigos hacen lo que pueden, no están para salvarse. Están para ponerle leña al fuego.

Los pasacalles hablan de amor, citan esas frases que hicieron grandes a esos enormes desconocidos. En Almagro se prohíbe el paso de los extranjeros: lo que nos hace comulgar en este luto no es algo que se entiende en el sentido trascendental de las cosas.
Las muchas formas de entender la vida nos hacen chocar como copas de champán imaginario.

Todos tenemos algo de culpa siempre y algo de insatisfacción.

Los poetas no sienten su pertenencia normalmente. No son hippies, no son peronistas. Los poetas no son snobs,  detestan a los actores y no quieren ver el sol.
No militan ni creen en las personas que piensan parecido.
Un poeta genuino no se pararía jamás en un escenario a buscar los aplausos narcisistas.
Para el poeta las palabras y la realidad son cosas bien distintas que se buscan todo el tiempo para batirse a duelo en la imaginación.

Se darán palabras de apoyo y de aliento mientras se tiran piedras y las más crueles justificaciones para esparcir la estela de la duda, el desasosiego, la ceguera y la luz en un instante cromado por las vivencias de cada uno.
El poeta no es exitoso, el exitoso se muere en su mansión y se apaga en su patrimonio.

Cuando un poeta se muere, sus poemas se vuelven realidad.
Todo ese tobogán de variaciones se retrotrae a un puñado de momentos.

Los que no conocieron a ese poeta se preguntarán porqué todos estos poetas se reúnen a silbar una marcha imposible de olvidar. Una música triste y altanera, como la gran música.
Una música que eleve los sentimientos más sinceros de las personas, de las bestias, una música distinta al mediodía donde la producción en serie nos hizo rencorosos añoradores del pasado.
Pero los poetas allí reunidos dirán lo que tengan que decir.

Si te tienen que escupir la cara de sudor lo van a hacer.
Si pasan dos o tres gatitos cada uno de los puntos cardinales que se aleja del norte, de la cruz del sur y de la insoportable obviedad del ser dirá: "aquí estamos, somos de la noche como ellos".

El gato es igual a ellos.
Gatos de su tierra, gatos que salen por los techos a pelear por nada.
Fieras de su rancho.
Todos los poetas son de su tierra. No chillan la irracionalidad de los filósofos.

Cuando un poeta se aleja no se lo llora, ni se lo juzga con la culpa de los mortales.
Alguna ochava oscura de la vida pega la sal contra la frente, los ángeles tampoco se sienten responsables, no estuvieron allí por que allí no había nada más que soledad y una antena apuntando al cielo donde Dios señala con una mano grande y firme al centro de las cosas.

Si a las palabras se las lleva el viento aquellos que se balancean sobre la tela de una araña, atravesando el canon de la niñez, las penas de los adultos y la furia del fracaso en su máxima expresión, entonces a aquellos que sean como plumas, de frágiles y de volátiles, a esos seguiremos al siguiente bar.
Donde seguramente hablarán de las cosas que realmente importan en la vida.

Esas que trafican los horarios y los vuelven perpetuos, inestables.

2 comments:

Ada, una tipa melancólica said...


Cuando leí este texto, por cierto genial y conmovedor, me acordé de este poema:

El Poeta que murió al amanecer

Sin un céntimo, solo, tal como vino al mundo,
murió al fin en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos Musas: la esperanza y la miseria.

Fue un poeta completo de su vida y su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquina y banderas.

Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.

Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta,
y una antigua fragata dentro de una botella.

Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido
y un pájaro en el hombro.

Ada**

Ada, una tipa melancólica said...

Es de Gonzalez Tuñón