11.2.10

el aleph

Estaba tratando de repasar todo como en el cuento de Jorge Luis. Ese que tenìan una pelota azul muy psicodèlica donde contemplar la eternidad en un punto luminoso.
A veces era posible separar la paja del trigo y mirar a Jorge como un escritor hermoso y profundo. Otras veces no, caia en la misma bolsa de mierda que guarda a Piazolla y a tantos otros artistas argentinos hermosos y horribles a la vez.

De golpe recordò porquè habìan puesto el patio donde està el patio. Fue una gran charla con Rulfo.
Recièn recibian el terreno y estaba todo pelado, tenian la idea de tener un edificio, un patio y una torre, màs allà una huerta.
Hablaban de la vez que el Indio Solari se avanzò a Cristina Fernandez en La Plata cuando vieron pasar una estrella fugaz.

No es posible, ni comùn, ni frecuente ver pasar estrellas fugaces en la ciudad.
El mismo reflejo de las luces de los edificios hace que no existan las estrellas que existen.

El Presidente y Rulfo se miraron y dijeron "acà està el patio".

Años despuès, con un manantial de agua pasando debajo del puente, con la erosiòn de la experiencia y el sabor de los sueños que se cumplen y se dejan de cumplir para convertirse en algo real y tangible, con la partida de Rulfo primero y la de Rumy ahora, como una herida de muerte en el corazòn del Presidente. Con una heladerita llena de cervezas.
El presidente tomò un fibròn y escribiò en el costado "El Aleph".

Se riò mucho, como no habìa reìdo en quincenas.
"Una heladerita con cervezas, este es mi Aleph". Buena frase para una canciòn.

Asì pasaba esta noche cuando volviò a ver una estrella fugaz en el cielo.

El telèfono sonò, eran las 20.30. No pensaba atender a nadie.

El edificio se mantenìa. No habìa clases, de modo que nadie ensuciaba màs que El Presidente y Cristina, la gata.
Como si fuera la colimba, habìa aprendido a doblar la ropa y lavarla, a barrer y tirar las colillas de los cigarrillos, a vaciar los ceniceros.

Algunos curriculums habìan caido en el correo.
Profesores que se ofrecìan para algunas càtedras.
Varios emails de padres que preguntaban què pasarà con los paros docentes y si Caja de Goma iba a adherir o si iba a manifestarse por la suya o por la de Mauricio.
Solicitudes de vacantes por doquier: habìa un extraño furor por instruirse.

O tal vez todo lo que Rumy habìa dejado cobraba una magnitud cada dìa mayor en el corazòn del Presidente.
Ella no estaba para contabilizar las cartas.

Sonò el telefono de nuevo.

El Presidente tuvo un escalofrìo, algo que le llenò los ojos de làgrimas.
No supo bien què hacer. Hace tiempo no sabìa bien como hacer para no ir dìa a dìa.
Para no enfrentar todo en las mañanas.
Para levantarse y caminar y de a poco purgar la miseria del amor y el dinero, la culpa.

Una vez, cuando finalmente la muerte de su abuelo fue clave en su vida, y este edificio que ahora ocupa quedò en sus manos, por herencia, por la comodidad del destino, tuvo que parar de pensar y sufrir para decirse: "ok, debo invertir bien este tiempo".
Y decidiò que le iba a pagar a la sociedad con educaciòn y libertad. Que todo lo bueno que el destino le estaba proponiendo era para algo.

Hoy, años despuès, estaba por tomar una decisiòn importante.

-Rumy debe estar en Paraguay. La voy a buscar...
-Y sino està...
-Que hago con esta escuela...
-Por què estoy tan solo...
-El disco de Miguel Abuelo que escuchè ayer es increible y es de rock pesado...

Abriò El Aleph y viò que a la eternidad le quedaban 3 porrones.
Se tomò una de las birras y saliò a la vereda con un cartel blanco.

"Clases suspendidas, esta Noble Asociaciòn Civil permanecerà cerrada al pùblico por tiempo indeterminado, para màs informaciòn vaya a su CGP amigo e inscriba a sus hijos en un buen colegio pùblico".

Al cerrar la puerta se viò tranquilo en un espejo.
No estaba haciendo locuras ni tomando decisiones de improviso.

Se sentò de nuevo en la reposera, al lado del Aleph. Abriò otra cerveza cuando pensò si el llamado no era de Rumy.
Eso le pareciò horrible.

Ella lo estaba llamando llorando para decirle que lo extrañaba y que querìa volver.
Èl tiraba la cerveza y salìa corriendo a su encuentro.
Mientras corrìa se preguntaba si la amaba o si la necesitaba.

Algo florecìa en el desierto.
Eso era seguro.

Y mientras corrìa se detenìa a buscarse, a tocar su traje y su desesperaciòn.

Ahora la fatalidad llegò para quedarse.
La sensaciòn de que ese llamado era de Rumy y èl no lo habìa atendido estaba ocupando todos los rincones del patio, de la eternidad.

Ya no importaba nada màs. No hay màs escuela, no hay màs amor, no hay màs que la eternidad en una heladera con una cerveza y media.
No existen palabras para no ver.

Sonò de nuevo mientras sorbìa el trago final, tirò la botella, se hizo añicos.
Descalzo corria y atendiò desesperado.

No era Rumy, era la Caja Seguros.
Habìa aparecido el Moncho.
El coche viejo y azul de su padre. El del 78, el 504 del cuento.

Estaba en la 1-11-14 y tenìa todas las piezas, lo habìan usado para un robo que no saliò y ahora lo tenìan en la comisarìa.

"En 20 minutos se lo dan, jefe."

Dejò la eternidad donde estaba, colgò y tomò un taxi rumbo a Lugano.
Se tenìa que ir y se fuè, ahora tiene un coche para ir.

El Presidente sintiò que todo le iba a salir bien en la vida.
Aunque eso no fuera màs que una impresiòn que llega despuès de una tormenta que se quedò mucho tiempo trabada en el cielo, en su patio, frente a sus ojos, como a un estoico admirador de la belleza.