5.10.09

el viaje de Rumilda

El Edificio està pasando por una sospechosa calma. Cristina, la gata negra, està meando todo por todos lados sin piedad.
No està en celo. Hay algo màs. Algo màs profundo para ella.

Rumy hace dìas que no aparece.
Algunos padres de algunos Gomitas, sobre todo los primerizos y las madres-de-hijo-ùnico estàn haciendo preguntas.

Lo ven al Presidente abrir la puerta y entregar a los niños, lo ven abrir la puerta y recibirlos.
Escuchan que los gomitas les cuentan cuando vuelven "hoy el señor nos diò la comida y nos trajo el yoghurt".

Ante cada pregunta, una sonrisa y un adecuado "viajò al Paraguay por asuntos familiares, mucha historia contratar a alguien por unos dìas, imagìnen, es un Edificio grande y fastuoso, serìa traumàtico para los niños ver a alguien nuevo, puedo ocuparme, lo conozco como la palma de mi mano".

Cuando todos se van y los ùltimos dicen adios podrìamos filmar una èpica escena de cine, con El Presidente de espaldas donde termina la galerìa y se abre el patio. De espaldas con la cabeza gacha y alguna hoja volando, congelada para la foto. Un balde apoyado en el piso, un trapo salido por la mitad. Èl viste un saco de inspector. Largo, pasando las rodillas. Por el viento vemos que se mueve.

Color cepia.

Asì estaban las cosas desde el soborno de Mauricio. El Presidente se quiso retirar a encarar uno de los trabajos de investigaciòn màs resonantes desde La Biblia Peronista y asì quedò la cosa.
Rumy, 2 dìas despuès y sin previo aviso, se fuè.

Para El Presidente las cosas se pusieron duras.
Por un lado, la responsabilidad ejecutiva en Caja de Goma. La responsabilidad burocràtica.
Por otro lado lo afectivo del lazo que se construyò en todos estos años junto a Rumilda. Era una madre, una hermana y una prima. Con lo bueno de cada caso.

Lo maternal del cuidado, lo compinche de la hermandad y lo liberal de una prima.

El Presidente se sintiò muy deprimido los primeros dìas.
Eran las 3 de la tarde y ya habìa pensado tanto en las cosas, habìa pensado en tantas cosas, y todo mientras baldeaba, conseguìa profesionales que lo suplan en determinadas aulas, se buscaba un hueco para seguir trabajando en sus cosas, tomaba cafè (ahora feo y sin amor).
Despuès se calmaba por que se daba cuenta que fumar desde la mañana tenìa este tipo de contras.

Asì que estaba considerando, seriamente, y despuès de mucho tiempo, dejar de fumar porro todo el dìa.

Esta revelaciòn no le calmaba el alma, ni le quitaba responsabilidades, ni lo eximìa de culpas.
Èl sabìa bien que su silencio no era saludable.

No querìa saberlo pero lo sabìa. Èl afrontò (a su modo) la realidad, Rumy estaba enamorada de èl.

Hace tiempo que èl lo sabìa y nunca hizo nada.
Lo manejò con una extraña combinaciòn de escapismo, frontalidad, sinceridad, algùn desliz y nuevo silencio.

Se aliviò cuando Rumy tuvo su affaire con Rulfo. Odiò a Rulfo cuando èste se retirò intespestivamente.
Por Rumy y por su amistad de años. Por que no se abandona un proyecto construido con sangre y esperanza. Y menos sin hablar de todo lo que hay que hablar.
Y de a poco ella volviò con la mirada, volviò con el saludo cariñoso y "màs allà de todo lo que tarde` en darte cuenta yo lo amo y lo voy a amar pa`toda la vida". Y asì, sin decirlo, le daba un beso en el cuello y un lindo acaricie de nuca.

Y lo celaba en silencio. Leìa todo lo que èl escribìa. Odiaba a todas las chicas que pasaban por su despacho o por su habitaciòn de reposo.
Les escupìa fuego con los ojos, alguna vez El Presidente llegò a pensar que le iba a envenenar el cafè a una funcionaria del Gobierno de la Ciudad que estaba tan fuerte que uno no se explicaba còmo puede ser que no estè en el programa de Marcelo bailando por un sueño.

Bueno, con ella pasò algo que hizo que finalmente Crisina termine viviendo en este Edificio y no en la casa del Presidente, que es donde se criò y se hizo mujer.

Luego de una visita nocturna y corrupta (legalmente ella no podìa tener vìnculo con El Presidente, por que una funcionaria y un receptor de subsidios no pueden tener lazo afectivo) , Cristina le meò toda la cama. Las frazadas, una por una, en franjas y lugares distintos.
Faltò que escriba Vendetta con meo, eso sòlo faltaba.

El Presidente se hartò, su gata lo celaba, su mano derecha lo celaba, y nadie le daba amor, llevò a la gata al edificio y ahì la dejò. Rumy nunca quiso ocuparse de ella, porque entre ellas tampoco estaba todo bien, por supuesto.

No siempre cenaba la negra.
Y los sucesos se precipitan. El dinero que nos diò el Estado puede cubrir los gastos.
Pensò que el viernes va a convocar alguna persona con experiencia para los trabajos de limpieza.
Pensò que con ese dinero puede sostener esta situaciòn un tiempo.

La urgencia cambia segùn la estaciòn del año.
Y esa noche, la cuarta noche sin Rumy, èl tuvo una fuerte discusiòn consigo mismo.
La amo o no la amo. La quiero o me quiere.

El silencio del corazòn es peligroso, hace que algunas costras crezcan y trepen con dejadez a angustiar el alma. Todo lo que va, vuelve.

Si todas las mujeres son una mujer por cada mujer que rechaces en nombre del amor, habrà una mucho màs poderosa dispuesta a rechazarte en nombre de tu amor y tus deudas con el mundo.

Y todo lo que vos le fuiste dando al mundo el mundo te lo va a ir devolvièndo.

Y esta extraña confusiòn, otra vez asentuada por la velocidad que la marihuana le dà al a vida, hizo que El Presidente se replantèe todo lo que està dejando en el tintero.
Hizo que piense otra vez en Rumy, en dònde està. En para què hicieron el amor y en por què èl nunca volviò ni a pensar en el tema.
Dos veces agarrò las llaves del auto y saliò a buscarla, pero nunca cruzò el umbral de la puerta.

No tenìa idea dònde buscar.
Y durmiò y soñò otra vez con el precio de la corrupciòn.