16.5.09

cyber de mala muerte

Entre comenzar por fin el duro trabajo de compaginar, seleccionar los textos, correjirlos hasta el mìnimo de la decencia, darle a las paredes de vidrio de esta Noble Asociaciòn Civil el manual operativo que tanto se merecen, el fundamento de còmo ir y venir y decir y contradecir y nunca perder la entereza, siempre firme en la compostura y listo para la inacciòn. Decìa: entre esta tarea napoleònica y abandonar al Amor como eje de la inspiraciòn me topè con una foto tuya.

Antes de la foto, Rolando Barthes me explica bien los pequeños pormenores lingüisticos del discurso amoroso y yo les recomiendo, pequeños feligreses, que se den una vuelta por ese libro.

Entonces toda la peripecia se vuelve estandarte.

Rememoro viejos viajes en barco: las velas arriba, el corazòn dibujado en la mayor de ellas, un capitàn de un barco amable y siempre bien predispuesto a esperar con paciencia la lenta dedicaciòn que en ocasiones las empresas importantes necesitan sin equa nom para convertirse en tierra firme. Para llegar, hacer una casa y tirarse a dormir adentro, como despuès de dormir en camilla y lavar mis pies.

Algunas imagenes, realmente memorables.

Otras truncadas por el discurso, por lo simbòlico de querer, por lo estrictamente teatral del asunto y sus implicancias en el otro.

Entiendo lo siguiente:

Uno toma decisiones, algunas naturales y otras fìsicas. A veces la cabeza señala y a veces el cuerpo solito se ocupa.
Uno arriesga como puede. Juega con las cartas que sabe usar y con las que no.

Uno se adapta el papel chico en la relaciòn de poder que todo suceso que involucre a 2 peronas màs o menos irradia. En el punto en el que se quiebra la historia se tuerce el rumbo, siempre.

Uno se pregunta si arriesga o si conserva. Uno piensa si hay que escribir una gran carta de amor.
Porque digamos tambièn, que es uno sino lo que es y a quien màs querès engañar.

Uno se pregunta cuanto de todo esto tiene que ver con la distracciòn que algunos necesitan. Uno necesita estatuas que adorar y motivos para escribir.

Uno escribe cuando algo dentro dicta y pregona y pregunta y obliga.
Uno escribe para conseguir un pequeño beneplàcito a sus preguntas de siempre.

Uno sabe que al otro le gusta el Amor y sabe que de determinadas acciones nunca hay vuelta atràs. Una carta de amor es eso: un golpe sensible a la nariz.

Es un golpe que es una caricia ruidosa.

Uno sabe que el campo de acciòn de un escritor es el papel y la dicroica de gelatinas.
Uno sabe que el campo de acciòn de un amante es la calle, es el cuerpo.

Entonces concluyo en renunciar a la pràctica amatoria como pràctica pajera del discurso idealista.

He renunciado a miles de cosas y luego he vuelto con la frescura del que sòlo no vuelve cuando lo echan. Del que se va sin que lo llamen y del que nunca ha visto un edificio venirse a pique.