En ocasiones nos encontramos como cuerpo a tierra, besando el pasto frío de la noche. Apretando fuerte contra el casco apenas procurando una cábala, un rosario, una estructura de fé.
Las bombas vuelan y explotan, se escucha ruido y fuego. Es una pesadilla, una película de Vietnam, una gesta patriótica.
En la jungla somos pedazos de un rompecabezas. Un eslabón cualquiera de la cadena alimentaria.
El efecto es instantáneo y hay que secarse el sudor.
De qué simple manera podemos confrontarnos.
En la guerra de la opinión no hay cuarteles. Los fundamentos son miles.
Hay mucho soldado del pensamiento capaz de legitimar lógicamente cosas que a uno le parecen inaceptables. Y de ese laberinto no saldremos sino por arriba, camaradas.
Todos somos un medio de información.
Cada loco con su blog y su muro de caras.
La base del tulipán, la raíz que se adhiere a la tierra, no está bien clavada.
El tipo moderno de hoy es egocéntrico, soldador de contradicciones y juega con el escépticismo del que vió fracasar a sus padres y sus abuelos, lo atribuyó a su provinciana mentalidad de paisano pobre del culo del mundo y siguió conforme con los avances de la tecnología.
Internet fue soñada por unos hippies que creían en la democratización del conocimiento.
Los mismos hippies que soñaron al rock libre e independiente.
Con total claridad debemos asumir el enorme fracaso de esos hippies extranjeros.
No por que Internet no sea una cosa fantástica y maravillosa que permite que un montón de exiliados se comuniquen con su gente. O porque en Internet se puede consumir pornografía maravillosa que alimenta la fantasía del sexo occidental, donde la mujer siempre está deseosa de recibir muchas pijas a la vez, donde no hay orgasmos para brunettes. O porque através de Internet te llamen desde el confesionario para decirte que estás nominado y que debes abandonar la casa, porque en este lugar nadie te quiere y no hay lugar para los débiles.
Tampoco porque el rock hoy esté habitado por viejos multimillonarios incapaces de realizar una autocrítica acerca de la diferencia que debería haber entre la berretada del mundo y las cosas importantes.
La libertad es un gran negocio. Como Uruguay.
Realidad y ficción se trenzan en lucha espartana.
No hay por qué espantarse de pensar que te pueden sabotear un tren.
El mundo es una caldera donde la desesperación de los capitalistas vale más que la vida de las personas.
Esta es la lógica normal de la vida moderna. A esto nos han acostumbrado en sus películas, con su embotelladora loca de Coca Cola avanzando al compás del tanque.
Los bolsos están llenos de misterios. Si la empresa a la que le revocaron la concesión se enloqueció, si un puntero de tal o cual retrógrado, algún conocido director de cine.
Algún ex progresista de la social democracia. Un autoatentado.
Nada nos asusta en estas tierras porque si hay algo que nos ensucia a los argentinos es que haya tantos argentinos apátridas, sin sentimientos de pertenencia, sin amor por su cultura, sin entereza para sus vínculos.
Pero eso lo sabemos bien desde siempre.
Desde que muchos compatriotas cargaron sus armas en el Uruguay para colaborar con el bombardeo a Perón. Desde que el neoliberalismo conquistó su bastión de autonomía para la Capital Federal y así pudo ya poner un presidentito y un helicóptero. Desde que el general Lavalle tuvo la simpática idea de esperar 3 mil soldados franceses para enfrentar a Rosas.
Desde que la intelectualidad y los artistas se manifestaron tan apáticos frente al avance de la cultura imperialista o peor aún, desde que asumieron como suyas esas series, esos músicos y esa pornografía.
21.10.13
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