19.10.09

el septimo dìa

Estaba la biblioteca y el ùltimo rayo de sol entrando por el ventanal del living. En el suelo la ropa tirada, paquetes vacìos de cigarrillos, cenicero lleno. Todo sucio en la bacha y la televisiòn apagada, como si nunca hubiese servido.
Pilas de hojas impresas esperando para ser correjidas y la lociòn para el pelo que alguna vez usò El Presidente cuando tuvo que trabajar de otra cosa que no sea lo suyo.
Una pila de palitos sabor queso y el increìble manì pelado que sòlo preparan las finas manos de las mujeres que trabajan en Pehuamar.

Servilletas en bollo, vìctimas de mocos y mugre pasajera.

Suena el telèfono, son las 6 de la tarde.

Nadie atiende. No hay nadie en la casa.
La mugre responde al estado actual de las cosas.

Un hombre solo frente a un sistema de responsabilidades puede ser vìctima de olvidar las pequeñas actividades mìnimas que requiere su pequeña vida para ser digna.

Van 6 dìas y Rumy no volviò. Pasò el dìa de la madre.
El Edificio fue apenas saneado por la nueva chica, Rocìo. Ella no entendìa muy bien cosas que requieren conocer el lugar, adueñarse de los yeites de cada canilla, cada baldoza, cuàl trapo sirve y cuàl no.
Entonces la primera vez fue asì. No dejò el lugar apto para que el lunes vuelvan los gomitas y no hagan màs preguntas.

Va a tener que ir màs seguido.

Y mientras canten los pàjaros de la mañana y silben los grillos nocturnos, el agua del aljibe y la cafetera italiana seguiràn esperando que ese portòn gigante vuelva ver pasar la inmaculada figura de Rumilda Velazquez Ferrero.

Y al ver el desòrden que habìa transpasado la barrera y se le metìa por la cabeza hasta el living de su departamento, El Presidente se sentaba a pensar dònde habrìa una soluciòn para sus asuntos pendientes.

Y què clase de valor tienen las cosas.