Cuando le conté a mi viejo que iba a ver a Los Redondos a River se calentó bastante. Quizás porque a Racing habíamos ido juntos, aunque más bien él me llevó a mi.
Quizás porque no le pedí permiso y me saqué la entrada y así nomás, como si nada, se lo dije.
Corría el año 2000 y había amenazas de todo tipo: de violencia, del fin del mundo, de una enorme devaluación, del colapso de los computadores y del inminente advenimiento de la era de la chatarra.
Todo lo obsoleto nos caerá encima como aquella vaca cubana a la que le cae un enorme pedazo de nave espacial enviada por el imperio vaya a saber uno porqué motivo.
Lo que está y no se usa, nos fulminará.
No le dije que iba al campo y hasta quizás le dije que iba con este amigo mio y su hermana mayor, que era responsable, educada y había ido a la misma primaria a la que fui yo.
Bastantes cosas son ciertas y otras no eran ciertas en su momento pero las son ahora.
Llegó el día del show y salimos, nos encontramos en Córdoba y Callao y nos tomamos el 29.
Ir a ver a los Redondos es como si la Selección fuera apasionante. Como si todos fueramos apasionados seguidores de lo mismo.
El colectivo ardía.
Ambos teníamos experiencia en recitales, esa experiencia que te permite avanzar sin empujar, con contundencia y confianza. Llegar a la valla y saludar a Mollo. O bancarse un pogo sin tener que golpearse con nadie.
Nos bajamos en Libertador y Monroe, nos encontramos con la hermana de este amigo mio y el primo de ambos.
Decidieron fumar un porro y eligieron la esquina de Monroe y Montañezes.
Mi amigo querido y su primo.
Hay un motivo por el cual en esa zona de la ciudad las calles se llaman mayoritariamente como militares oligarcas o virreyes cipayos o almirantes inlgeses. Supongo que es por el mismo motivo por el cual ahí está el hospital militar.
Cómo deben de arder las cacerolas por ahí cada vez que el conjunto de robotitos de la internet falsa y de la televisión y la radio que construyen la lógica mental del ser humano promedio de clase media propone revueltas sociales como un cucú indignado que todo el día está dale que te dale como la idishe mame funcional a los intereses de algún millonario,a veces argentino... a veces extranjero...
Yo no fumaba en esa época.
Tenía 17 años y no me interesaba. Por supuesto que siempre fui amigo de los que se divierten. Nunca fui muy divertido en realidad.
Eso de andar con los divertidos me hacía sentir más aburrido aún.
Vinieron tres super motos de la policía con sus respectivos 6 policías. Más un patrullero que se sumó.
Los sucesos se precipitaron. Estabamos rodeados como los peores delincuentes. Los más pesados ricoteros del pais. Tres menores y una chica apenas mayor de edad.
Nos pusieron contra la parede nos pidieron documentos y nos preguntaron quien estaba fumando.
Nos olieron las manos.
A mi amigo de aquellos y al primo los encontraron con olor a faso. A mi y a la hermana no.
Vi como el policía le pedía a mi amigazo que le muestre los huevos... a ver si tenía más droga... o algo peor...
Nos dijeron que nos vayamos. Cruzamos Monroe y esperamos del otro lado sin saber qué hacer ni qué iba a pasar.
A los dos minutos viene mi mejor amigo y me dice si juntamos unos mangos para darle a los policías.
Treinta pesos de aquella época fueron suficientes, nos dijeron que no seamos boludos que fumemos más allá, donde ya pasas las vallas y la única ley que rige es la del rock, ahí donde la aristocracia afila los lápices y hoy el Indio va a salir a cantar.
Ese día aprendí que los policías y los periodistas te sacan la plata cuando te asustás.
Y que sino te asustás te hacen asustar.
Un ricotero dijo en la cola "uno quiere ser pacífico y no lo dejan".
Esa noche hubo una trifulca, murió un chabón en el campo. Sabías que estaba pasando algo malo.
Solari tuvo que gritar y hablar y todo el estadio se enmudeció. Quedó claro que esto estaba terminando, por algún motivo o por otro.
La modernidad de los redondos era de cartón, el show de Racing había sido un poco trucho.
Ellos llegando en una navecita rarísima en una animación prehistórica. Se abocaban a sus últimos discos y no los habíamos escuchado todavía.
Los Beatles hicieron creer al mundo que era posible que la vanguardia sea un gran negocio.
Quedan unos pocos viejos hippies que creen la ingenuidad de los '60. La mayoría son millonarios ya.
Creyeron que se podía cambiar las cosas. En esa nube de pedos romántica donde los pájaros cantan como Miguel Abuelo y los árboles pelados se mueven de acá para allá con los temas de Riff.
Solo van quedando canciones.
A cincuenta años de aquel bosque de utopías el color que más brilla es el brillante.
El más naif que tengas.
Lo único que cambia es la manera de hacer negocios.
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