Desde la torre se podìa contemplar la plantaciòn. Era de noche y la luz de la luna entraba por el hueco circular que se formaba en la pared.
Algunas flores hay que dejarlas. Es bueno el trabajo que con empeño y dedicaciòn hace que las cosas maduren por si solas. Ellas de alguna manera se manifiestan en la tierra, gracias a la luna y al agua.
Por la noche llegar del trabajo diario y permanecer quieto un segundo, abrigando el alma y fumando algùn capricho se ve con màs claridad todo.
Si el sol sale y uno sigue ahì esperando no debe ser motivo para preocupaciones ni arrebatos de ansiedad.
Todo se ordena de algùn modo. Con el èxtasis y el encuentro con aquellas pequeñas cosas que hacen que uno hace lo que hace.
Y a empeñar sudor en el crecimiento de estas flores que el destino diò para elegir. Con amor y la frescura de los primeros dìas, con eslabones nuevos en la cadena de mandatos. Si el agua que derramàs es pura y està entregada con delicadeza es posible esperar una buena cosecha.
Para eso vive uno en estos parajes. Para volver y abrigarse en algùn tipo de pasiòn.